lunes, 27 de septiembre de 2010

La misteriosa noche de los tacos invisibles

Estábamos echadotes en el sillón, decidiendo qué cenar. Los nuggets de pollo me habían hecho ojitos desde la noche anterior, y antes de llegar a casa, pasé al Oxxo por dos panes y medio (Luego, Ojos me explicó que lo que yo creí era un pan completo, era sólo la mitad del mismo, bu... maldita ignorancia panadera) y tortillas de harina, para mis famosas quesadillas doble queso.

Ojos se estaba haciendo de la boca chiquita; aunque ya le voy conociendo las mañas y sé que cuando dice: "no tengo hambre", se refiere más bien a que no está dispuesto a comerse una vaca entera, sino sólo la mitad.
En algún momento de nuestras cavilaciones culinarias, Ojos abrió la puerta de la entrada y enseguida lo escuché decir emocionado:

-Mmmm!!!... venga, chaparrita!!! Huele riquísimo acá afuera...

Salí, y efectivamente percibí un aroma muy agradable. Ahora mismo no podría describir con precisión el olor; pero en ese momento imaginaba que provenía de unos deliciosos tacos, nunca jamás probados, o quizás de algún asado hecho de una receta secreta y maravillosa... algo así, pues.

La cosa es que, desorbitado por la gula y la curiosidad, Ojos me propuso seguir a nuestro olfato, hasta dar con el suculento platillo del que emanaba semejante aroma.
Nada me importó caminar por las recién llovidas calles, en mis pantuflas de peluche con maripositas. Así, caminamos tres cuadras hacia la derecha... y nada; el olor disminuía en esa dirección. Además íbamos en sentido contrario al viento, por lo que caminamos algunas cuadras más hacia el otro lado.
Nada de tacos, asado o whatever. Nada.

El olor se iba desvaneciendo, conforme más caminábamos, fuera la dirección que fuera.
Abatidos por la decepción de nuestra expedición fallida, regresamos a casa, cabizbajos y mucho más hambrientos que al inicio de la odisea.
Como si fuera una broma de mal gusto (pero de buen olor), justo en la puerta de entrada, el aroma nos envolvía, haciéndonos agua la boca y anhelando que dentro de la casa y por arte de magia, se estuvieran cocinando esos tacos deliciosos jamás probados, o el asado hecho de una receta maravillosa y secreta.

Pero no.
En cambio, nos esperaban unos humildes nuggets de pollo, con mayonesa y cátsup... y si acaso, mis famosas quesadillas doble queso.
Ah!... y dos panes y medio, por supuesto.

1 comentario:

Marisol Cragg de Mark dijo...

A veces no hay mejor comida que la que se encuentra en casita.
Un abrazo.
Por cierto se inaugura en pocos días un restaurante mexicano cerca de donde vivo :-)