Estaba en la oficina de mi jefe, revisando con él una información de nóminas y bla, bla, bla.
Y así de la nada, comencé a sentir una pesadez terrible en los ojos, con la consecuente sequedad de los mismos, en el intento despiadado por mantenerlos abiertos y no quedar como la que se duerme en el laburo y además, enfrente del jefe.
Por momentos, creo que me fue imposible lograr mi cometido y quizás, fue evidente que estaba librando una batalla contra el repentino sueño.
Total, que empecé a recordar otras ocasiones en las que me sucedió algo similar: el curso de ventas en Guadalajara, cuando trabajé en Fiesta Americana; algunas clases en la Uni (casi siempre, las que tomaba en horario 4-5 p.m.), una cena en la que Ojos habló y habló y habló -y, en la que, irremediablemente-, me quedé dormida sobre su hombro.
Con todo y mis cavilaciones, yo seguía teniendo un sueño de la chingada, además de que no podía concentrarme ni tantito en lo que estábamos revisando.
Así que me enfoqué en el rostro de mi jefe, creyendo que, con mirarlo directamente, mi esfuerzo tendría que ser doble y terminaría por mantenerme bien despierta. Pero no.
Además, los ojos me ardían cada vez más, por el humo del cigarro que inunda su oficina.
Por fin, mencionó algo que dió pie a mi característico "pues, bueno..." que es la antesala para mi inminente retirada.
*****
Cuando salí del trabajo, rumbo a casa de mis papás, estaba casi segura de que tomaría una siestecita reparadora, pero...
En cuanto puse un pie en la calle, tuve la sensación del "despertar". Le llamo así al momentito en el que nos "damos cuenta" de que estamos en X sitio, de que ocupamos un lugar en el espacio y de que entonces por qué chingados nos sentimos tan fuera de lugar, tan mínimos y tan ajenos a nosotros mismos.
"O sea, yo no soy ésta y qué diablos hago aquí?"-pensé.
Imagino, que esa sensación que dura unos pocos segundos, ha de ser porque mi verdadero yo está a punto de despertar en la realidad verdadera. Así como cuando uno sueña y en el sueño todo va de maravilla, hasta que las hamburguesas te persiguen o tú a ellas y entonces eso no te cuadra mucho con tu realidad de laburos en los que casi te duermes, por lo que te despiertas, sólo para comprobar que efectivamente el irse a dormir con la panza vacía, no es algo recomendable.
En fin, que con el despertar ya no me dieron ganas de dormir, sino de escribir.
Ah, y cuando crucé la calle en medio de mis líos existenciales (sobre el despertar, los otros yo y el maldito frío que me cala hasta los huesos), un taxista me gritó: qué fríoooo, pero qué calorrrrr... naco.
Y creo que apesto a cigarro, osh.
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