A quien guste de regodearse en la violenta y nefasta realidad que vivimos en este País, seguro saldrá satisfecho con una de las recientes opciones cinematográficas de nuestro cine mexicano.
El viernes pasado, fui con Ojitos a pasar un verdadero infierno de 2 horas (con todo y nuestra freséz VIP; chelas incluidas, un croissant que me supo a gloria y el cuasi frappuccino perfecto, pero equivocado).
Algunas filas detrás de nosotros, había un grupo de adolescentes que se reían estruendosamente con las graciosadas del narco mexicano: que si la esposa del narco mayor lo pendejea de lo lindo, que si el hijo narquito es maricón, que si los policías corruptos son rete chistosos... a media película, no escuchabas ni tu propia respiración. La sala de cine estaba muerta.
Varias veces tuve que quitar la vista de la pantalla, para resguardarme a ojos cerrados en el pecho de Ojos, porque la neta no tuve tripa para soportar tanta fregadera.
En esas ocasiones escuché su palpitar acelerado; las manos le sudaban. Una vez, de plano me dijo que no era necesario seguir ahí. Sorprendentemente quise quedarme, con el argumento de que "ya casi se acababa"... pinche masoquismo, porque para entonces, sentía la cabeza estallar; los hombros y el cuello de piedra.
Salimos por fin del martirio. En cuanto vimos los títulos salimos casi huyendo.
Yo me sentía ansiosa, estresada... me dolía el cuerpo y la mente. Como adivinándonos el pensamiento, mencionamos al mismo tiempo un episodio no tan lejano que la película nos hizo recordar: el horrible día de la extorsión telefónica. Tristemente, un episodio perdido entre los miles que suceden todo el tiempo, entre los muchos por los que han pasado parientes, amigos y conocidos.
Antes de dormir (o de intentar), me quedé viendo Must love dogs, donde el personaje de Diane Lane tiene una cita a ciegas con su padre... por qué carajos no fuimos al cinito hace rato, a ver una peli como ésta!... hasta la de los chupasangre pubertos y calenturientos habría estado mejor que lo que vimos, pensé.
En algún momento, decidí apagar la tv, a pesar de que sabía que me costaría trabajo conciliar el sueño. Así fue. Recuerdo haber abierto los ojos cada hora que marcó el reloj, hasta las 8 de la mañana que me levanté.
La burbuja rosita es algo que experimenté muy pocas veces, pero con las cosas que se viven en la realidad y que además nos restriegan en ficción, le dan ganas a uno de conseguirse una burbujota y no salir nunca más.
Por lo pronto, hoy me salgo para temas más agradables: convertirme en mami de algún lindo perrito que esté en adopción. Ya contaré...
Buen fin de semana :)
2 comentarios:
¿¿¿Pero qué tan lejos estará de la realidad????...
También dan ganas de salir corriendo de este país...
Hola Uso!
Sí, es lo pior... que está calcadito de la realidad :S
Y por supuesto que dan ganas de salir corriendo, volando o como se pueda.
Saludos!
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